domingo, 26 de junio de 2011

LA CASA EN EL MAR 2

La casa era hermosísima, el techo finamente decorado con candelabros de cristal, las paredes con recuadros modernos que hacían juego con los sillones con extrañas formas curvas, grandes ventanales dejaban pasar la escasa luz de los alrededores; de hecho, solamente el vestíbulo era del tamaño de la casa de Andrés y Sara.

-¿cómo hiciste para lograr comprar semejante casa?- preguntó Andrés emocionado.

-Cuando uno se lo propone, puede incluso regresar de la muerte- dijo Alberto, a lo que le siguió una risotada.- pero díganme ¿les gusta?

-¿Qué si nos gusta? Es hermosa, es increíble.- dijo admirado Andrés.

-Tú sabes, mi querido Andrés, que lo mío es tuyo también- dijo Alberto, Andrés sonrió únicamente.

Sara y Andrés se sentaron en un cómodo sillón al lado de la puerta principal, no dejaban de verse, tratando de decir que nunca antes habían estado en una casa como esa, tan hogareña y a la vez tan grande, tan cálida y a la vez en medio de un frío mar; minutos después apareció la esposa de Alberto, una hermosa mujer morena y delgada con una expresión cariñosa en el rostro.

-Bienvenidos a nuestra casa, tú debes ser el amigo de Alberto ¿verdad?

-si, soy yo.

-Y tú… debes ser la esposa de él.

-si, un gusto, me llamo Sara.

-El gusto es mío, por recibirlos en nuestra casa, mi nombre, por cierto, es Lorena.- Lorena sonrió más ampliamente que nunca mientras apretujaba cariñosamente las manos de Sara.

-Siéntanse cómodos, siéntanse en su casa ¿porqué no salen a dar una vuelta al jardín?

Andrés miró traviesamente a Sara y luego asintió, ambos se pusieron de pie y Lorena les indicó dónde debían ir para llegar al patio; subieron unas escaleras que había al final de un largo pasillo, las escaleras tenían al lado izquierdo pared de concreto y al derecho una enorme pared de cristal que dejaba pasar los pocos rayos solares que iluminaban el cielo. Llegaron hasta otro largo pasillo con muchas puertas, un pasillo muy parecido a los que se pueden encontrar en los hoteles, caminaron y caminaron sin encontrar nada sobresaliente, hasta que llegaron al final del pasillo; el final no era más que una pared de concreto tapizada con terciopelo gris, pero de la última habitación salió un pequeño niño, vestía con ropa muy elegante y llevaba un oso de peluche en una mano. En un principio, Sara ahogó un gritito de susto, pero cuando cayó en la cuenta, se agachó llevándose las manos a las rodillas y habló al niño:

-Hola, amiguito ¿cómo te llamas?-el niño dudo por un momento y luego respondió inocentemente:

-Me llamo Sebastián, Paolo Sebastián Galliano.

-Oh, qué bonito nombre, si, muy bonito- dijo Sara sonriendo, aunque la sonrisa no fue reciproca, de hecho el niño se veía muy asustado ante la presencia de Sara.

Una vez terminada la micro-conversación, el pequeño Sebastián corrió a las escaleras por donde Sara y Andrés subieron.

-Pues, no veo ningún acceso al patio interior- dijo Andrés.

-exploremos- dijo Sara con tono burlón y abrió la puerta de donde había venido el pequeño Sebastián, era una enorme sala de estar decorada con tapiz de colores pastel; la habitación estaba conectada a otra más amplia aún, la cual tenía muchos juegos para niños, un pequeño tobogán, una cama en forma de automóvil, cubos de colores regados por todas partes.

-wow, tu amigo sí que tiene dinero- dijo Sara admirada a Andrés.

-Pues, cuando lo conocí no lo tenía, es raro que se pierda por años y re aparezca en un lugar muy cercano a donde vivimos y con muchísimo dinero.

-Disculpa que lo diga, pero, no será que tu amigo… bueno…

-anda, dime mujer.

-que tu amigo sea una especie de delincuente o algo por el estilo, un narcotraficante por ejemplo.

-mmm, quiero mucho a Alberto y desde que se perdió no conozco lo que hizo, es muy probable.- Sara ahogó un grito y puso rostro de preocupación.

-¿y si tiene enemigos y nos matan a todos? O.. o ¿si este preciso día descubren que es un traficante y la policía nos coge a todos?

-descuida, no creo que siendo un delincuente nos haya invitado a su casa tal cual, seguramente ganó mucho dinero en el extranjero o se gano la lotería o no sé, tantas cosas.

-bueno, bueno, confiare en ti.

-Por eso me gustas tanto- Andrés besó el cabello de Sara y salieron de la habitación.

Caminaron por el pasillo sin entrar a otra habitación, no fuera que encontraran algún cadáver o aún peor a alguien secuestrado, al menos eso era lo que pensaba Sara. Caminaron hasta llegar a la escalera con la pared a un lado y el cristal al otro, lo bajaron y regresaron a la sala de estar principal, unos segundos después apareció Lorena.

-Veo que conocieron a Sebas, dice que tiene un poco de pena de ustedes- Lorena comenzó a bajar la voz hasta susurrar- la verdad es que es muy tímido, je je je.

Lorena los condujo personalmente hasta un bello patio atrás de la casa, tenía unos columpios y una ruleta donde los niños suelen dar vueltas, tenía un pequeño lago artificial y uno sendero de piedras que lo rodeaba, al fondo, junto a un cercado que tenía una vista impresionante del mar, estaba Sebastián jugando con un caballo de madera que se mecía rítmicamente.

-¿les ha gustado el patio?- preguntó Alberto desde atrás de ellos, ambos voltearon y asintieron con la cabeza.

-Es realmente hermoso todo- dijo Sara, Alberto sonrió de oreja a oreja.

-Me da gusto que les guste, es una casa muy grande para tan pocas personas, mmm, tengo una brillante idea.

-¿si?- preguntó Andrés.

-Claro, es hora de reponer el tiempo perdido mi querido Andrés, ¿porqué no se vienen a vivir conmigo, Lorena y Sebastián? Seremos una gran familia, seremos como hermanos una vez más Andrés ¿Qué opinan?
Sara y Andrés se vieron mutuamente totalmente pasmados ante la extraña propuesta, luego vieron a Alberto al mismo tiempo y una vez más entre ellos, Alberto rio al ver esto.

-Tendremos que pensarlo, además, la mudanza será…

-no, no será ningún inconveniente, te lo aseguro, yo me encargaré de todos los gastos.

-muchas gracias, pero lo pensaremos- replicó Sara.

-bueno, bueno, claro, no tienen que hacerlo ahora mismo, pero cuando lo piensen mejor y finalmente se decidan, mi casa estará esperándolos.

-gracias- dijeron Sara y Andrés al mismo tiempo.

El resto de la mañana fue agradable, aunque el sol no se dejó ver ni por un momento. A ratos Sara y Andrés veían el mar, sus pequeñas olas romper contra la pequeña playa de piedra que se veía desde el jardín. Por fin llegó el almuerzo y los tres, Andrés, Sara y Alberto entraron a casa para comer.

La mesa era un enorme tablón de la madera más fina que existía, los platos de porcelana finísima, los cubiertos de plata con una grabación de una “g” del apellido de Alberto: Galliano. Sara los miraba y los miraba, Andrés observaba y acariciaba los platos de porcelana.

-La comida estará delicisa- dijo Alberto –Lorena es la mejor cocinera del mundo.

-Oh, no digas tonterías- dijo Lorena, que iba saliendo de la cocina con una cacerola grande, la cual deposito en la mesa y regresó por otra.

-Oh, espera, te ayudaré- dijo Sara y se puso de pie para ir a la cocina con Lorena.

-Nunca imaginé que iríamos a pasar otro momento, juntos, Andrés- dijo Alberto alegre.

-Yo tampoco, me alegra mucho que nos reunamos una vez más- dijo Andrés.

-sí, claro, y espero que tomes una buena decisión y te vengas a vivir conmigo, aquí no se está tan mal, en realidad es hermoso escuchar las olas del mar, es relajante, inclusive es una buena terapia para descansar, para dormir.

-Me imagino, el mar es muy bonito- dijo Andrés, Alberto asintió, en ese momento, Lorena y Sara regresaron con cacerolas grandes que tenían platos exquisitos.

La comida comenzó  y los cinco, se sirvieron un poco de todo, puré de papa, guisos, verduras hervidas, pan, jugos de frutas naturales. Sebas no dejaba de ver asustado a Sara y a Andrés, a cada mordisco los miraba, como si temiera que ellos le arrebatarían la comida.

-Sebas, no seas así con tus tíos- dijo Lorena, Alberto lo miró sonriendo.

-No son mis tíos- dijo desesperado Sebas, Lorena se sobresaltó.

-pronto los verás tan seguido que no tendrás más remedio que llamarlos tíos- dijo Alberto amablemente y luego sonrió a Sara y a Andrés, como esperando que ellos concluyeran alguna frase que él tenía en mente.

-oh, eso espero- dijo Andrés.

Cuando la comida acabó, todos levantaron sus platos y luego Alberto se ofreció a mostrarles a Sara y a Andrés algo especial, único, Lorena sonrió y dijo: ¿Ya está listo?- Alberto asintió.

Tomaron un camino diferente al de las escaleras y el pasillo, esta vez atravesaron dos salas que parecían ser salas de estar, para llegar a un salón muy grande el cual tenía una escena de una guerra antigua, era increíble, era como ver una guerra congelada, porque los muñecos eran de tamaño real, parecían ser egipcios, y en una tarima, altivamente, estaba la reina, vestida con atuendos lujosos de Egipto, algo curioso era que la reina se parecía un poco a Sara. Todo estaba tan bien ambientado, la arena del desierto, el calor, la luz, los muñecos parecían sudar inclusive.

-Es una réplica de una antigua batalla entre Egipto y Siria- dijo Alberto –me siento muy orgulloso de esto, yo…

-¿Hace cuanto que vives aquí?- le interrumpió Andrés.

-eh ¿cómo? Pues, no hace mucho- dijo –de hecho, no tenía planeado vivir aquí, pero al ver el ambiente, noté que era perfecto para vivir.

- es extraño que nunca haya visto la casa antes- dijo Andrés.

-eso es porque todo el tiempo hay niebla, raras veces se despeja lo suficiente como para divisar un poco  de la casa.- Andrés asintió.

La oscuridad envolvió nuevamente a Andrés, el destello parpadeante estaba de nuevo ahí, pero esta vez vio algo más, parecían ser siluetas, siluetas humanas yendo y viniendo frente a la luz roja ¿qué está pasando? Se preguntaba Andrés, intentó caminar pero Sara lo hizo despertar.

-¿Otra vez soñando despierto?

-si, lo siento je..je.

-Descuida.

-¿En qué pensabas amigo?- preguntó curioso Alberto.

-Oh, es raro, es como un recuerdo más bien, primero vi una playa, pero ayer y hoy veo oscuridad y un destello rojo parpadear.- Alberto arqueó una ceja.

-Extraño ¿verdad?- dijo Alberto.

-si, extraño, debe ser un recuerdo de la infancia.

-será mejor que no le hagas mucho caso- bien, creo que ya han visto mi replica a tamaño real de la batalla legendaria de Egipto contra Siria.

-Oye Alberto ¿puedo ocupar el baño?- preguntó Sara.

-Claro, sube por las escaleras y llegaras a un largo pasillo, es la penúltima puerta a la derecha- Sara asintió y salió del salón.

Subir las escaleras, sola, era tenebroso, y el pasillo lo era aún más, corrió hasta alcanzar la penúltima puerta de la derecha y se metió al baño con la horrible sicosis que alguien la perseguía, hizo lo que debía hacer, se lavó las manos y abrió la puerta; dejó escapar un grito al ver que Sebastián estaba justo frente a la puerta, llevaba su oso de peluche en brazos pero no tenía la mirada de susto, más bien parecía desafiar a Sara.

-em… hola sebas ¿Qué hay?

-mi nombre no es Sebastian- dijo el niño

-oh, ya veo- Sara sabía cómo los niños suelen jugar o lo que son capaces de hacer cuando tienen miedo.- Mira, quiero ser tu amiga, no te quiero hacer daño…

-Eso lo sé, Sara, yo te conozco y tu a mí, o bueno, me conocías- Sara abrió la boca con una terrible extrañeza.

-Ya va, ya va ¿cómo?- Sara comenzó a reir.

-Yo soy Alberto- dijo el niño susurrando- esta no es una casa real, Alberto no es un hombre real, Lorena no es una mujer real…

-Tienes una increíble imaginación- dijo Sara.

-No es un invento, tú sospechas de Alberto, bueno, del Alberto que les ha recibido en esta casa, yo lo sé, lo que ha ocurrido es un tanto confuso.

-haber ¿Qué ha ocurrido?- Sara comenzaba a tener miedo porque las palabras y la manera de hablar de Sebas no era de un niño.

-Morí en un accidente de tránsito, o al menos pensé que estaba muerto, el auto cayó al mar desde una carretera sobre un acantilado, era una noche fría, dentro del agua quedé inconsciente y al despertar estaba en un jardín, el jardín de esta casa, Lorena desapareció, o eso pensé, porque pronto descubrí que era este oso de peluche, estuve a punto de volverme loco al ver a un extraño Alberto y a una Lorena diferente, pensé que toda mi vida anterior había sido producto de la imaginación de un niño, pero no, no es así.

-¿Quién es entonces el Alberto con quien habla…?-Sara había creído por alguna extraña razón todo lo que el niño había dicho, porque recordaba el accidente, un accidente terrible de alguien conocido de Andrés.- Andrés se ha quedado hablando con el falso Alberto.

-váyanse de aquí, el Mar los quiere a ustedes también y hará todo lo posible para quedarse con ustedes, tal y como hizo conmigo.
Sara corrió hasta el salón, pero recordó que debía actuar naturalmente como si no supiera nada, al bajar los escalones y llegar al salón se encontró a Alberto de espaldas hablando con Andrés.

-em, regresé- Sara notó miedo en su propia voz.

Alberto volteó y Sara se mordió los labios al ver un cadáver putrefacto viéndola con sus ojos blancos haciendo un intento de sonrisa.

-Que bueno- dijo el cadáver.

-¿Qué te pasa?- dijo Andrés, ella no podía ocultar el miedo de su rostro.

-No nada, me siento enferma- dijo, creo que sería bueno regresar a casa.

-Oh, estoy seguro que Lorena tiene algunas medicinas, quédense un poco más, tenemos muchas cosas de que hablar- dijo el cadáver.

- no, no, debemos regresar ahora, Andrés- dijo Sara.

-está bien, lo que tu digas Sarita- dijo Andrés.

-Oh, pero antes, me gustaría que vieran una última cosa- dijo el cadáver.

-Está bien- dijo Andrés.

-Adelántate, ya te alcanzamos- dijo Sara nerviosa. El cadáver asintió y salió del salón, Sara se aseguró que se alejara para decir lo que iba a decir a Andrés.

-Andrés, ¿recuerdas un accidente que ocurrió hace años?

-em, he visto muchos accidentes.

-No, un auto que cayó al mar…

La oscuridad se difuminó un poco, las siluetas ahora eran solidas, agentes policiales y personas llorando, una cerca de metal doblada y separada en la carretera, un auto había golpeado eso y la cerca se había roto en dos, el auto había caído al mar, y dentro estaba…estaba Alberto. Andrés sintió un dolor inmenso en la cabeza, como si se la atravesaran por una espada afilada y sintió como algo bajaba por su nariz. Sara intentó hacer algo pero no pudo hacer nada al ver cómo salía un líquido lechoso y sanguinolento de la nariz de Andrés.

-¿Qué es eso?- preguntó Sara.

-Arde- dijo Andrés ahogadamente- arde, es… es sal.

-¿sal?- El líquido dejo de fluir de la nariz de Andrés.

-Alguien me ha dicho algo sobre el mar, que esto es una ilusión o algo parecido...

-ahora entiendo porqué no recordaba, si tomas agua de mar te volverás loco ¿sabes? Pero ahora recuerdo como luego del entierro de Alberto, fui al mar, a la playa de San Rafael y le reclamé, juré que estaría con Alberto tarde o temprano, el mar debió introducir agua y sal en mi cerebro a través de mi nariz, la neblina de ese día no debía ser neblina común, seguramente era sal y agua flotando en el aire, tenemos que irnos de aquí.
Sara y Andrés corrieron hasta la entrada de la casa, abrieron la puerta y corrieron hasta el pequeño muelle, pero Lorena estaba hincada ahí, ya no era la guapa mujer morena, ahora era esqueleto con un poco de tejidos.

-Ya nos vamos, Lorena- dijo Andrés.

-Oh, es una pena, se acerca una terrible tormenta y no creo que puedan navegar así.

-Si nos vamos ahora, seguramente lograremos llegar hasta la orilla, sanos y salvos- dijo Sara, Andrés asintió.

-No, no irán a ninguna parte- dijo el cadáver.

-regresaremos, lo prometemos- dijo nervioso Andrés.

-¿lo prometen?- dijo Lorena

-sí, claro- replicó Andrés.

-En ese caso…

-Nooooooo- una voz rugió desde la puerta de la mansión, era el cadáver que se hacía pasar por Alberto.

-suban rápido y huyan- dijo la muerta, el cadáver corrió pero al llegar al muelle la lancha estaba a varios metros de la orilla. El cadáver arremetió contra la muerta y la despedazó.

Sara pudo ver como desde una ventana el pequeño Sebas, que resultó ser Alberto, saludaba y a su lado el oso de peluche que era su amada Lorena.

-Mira, ese es Alberto- dijo Sara señalando al niño, Andrés se echó a llorar.

-Adiós colega- dijo Andrés y notaron como la casa comenzaba a diluirse en el aire neblinado.

-Me pregunto, ¿Alberto estaba muerto o no?

-claro que estaba muerto- dijo Sara, el Alberto era la esencia de él que había quedado en el mar, bueno, hace mucho leí que el mar es malo pero también es bueno, Alberto seguramente era una de las partes buenas del mar. Andrés comenzó a llorar como un niño y Sara lo abrazó con mucha fuerza mientras la lancha avanzaba hacia la orilla meciéndose con las pequeñas olas, las olas benignas del mar.


A Sara, por soñar cosas grandes.

A Andrés, por tener un enorme corazón para con todos ¡aguante Andrés!

A Vittorio por ser un gran amigo, inclusive dormido en la muerte.

A todos ustedes, por acompañarme y visitarme en mi casa en el mar.

sábado, 25 de junio de 2011

LA CASA EN EL MAR 1

Andrés estaba retrasado ya, no quería ver el reloj de su muñeca porque vería que se había retrasado más de lo que pensaba, así que, decidió caminó a un paso rápido; Sara lo esperaría en el museo pues verían una exposición sobre momias, la cual seguramente había abierto sus puertas casi media hora atrás. –Sara me matará- pensó, aunque sabía que una cualidad magnifica de Sara era su terrible paciencia, algo que era muy útil ya que uno de los mayores defectos de él era su impuntualidad.

Luego de sudar y caminar a pasos agigantados, llegó al museo; Sara estaba en el vestíbulo con una amplia sonrisa de oreja a oreja, su piel pálida estaba reluciente y su cabello dorado destellaba, justo como le gustaba a Andrés, a decir verdad, se había enamorado de ella a primera vista y había sido su sonrisa lo que lo había cautivado; ahora ella estaba esperándolo ansiosamente. Cuando se acercó a Sara, ella lo abrazó y le dio un beso en la mejía, él le sonrió ampliamente y mientras la abrazaba la vio fijamente a los ojos. Cuando por fin se separaron, entraron al museo y caminaron a paso acelerado hasta la sala donde la exposición de momias comenzaría, entraron a la sala y la charla introductoria sobre momias había comenzado. –incluso está a punto de terminar- pensó Andrés.

Tomaron asiento y prestaron atención a la mujer que hablaba del modo de embalsamamiento en diferentes culturas antiguas del mundo.

-En el antiguo Egipto, primero extraían los órganos…

Andrés estaba en una playa, podía escuchar las olas ir y venir, una playa neblineada y totalmente desierta. A medida que caminaba podía sentir la sal pegarse en su piel, también algunas gotas de humedad golpear su rostro y una brisa fría que susurraba algo.

-¡Andrés!- dijo en voz fuerte Sara.

Andrés sacudió la cabeza, despertó de su sueño y luego hizo una mueca de incomprensión a Sara.

-Te preguntaba que si sabes a qué hora acaba esta charla.

-no tengo ni idea- respondió Andrés en un susurro alto.

-… Sin embargo, en Guanajuato, México, la momificación significaba…-la mujer no paraba de hablar.

Por fin, luego de media hora de parloteos, nada que Andrés y Sara no conocieran, y los treinta asistentes fueron divididos en grupos de diez, de esa manera comenzaron el tan esperado recorrido, entraron a un área del museo decorado como si de catacumbas se tratara y ahí, dentro de vitrinas de cristal, estaban las momias, algunas descansaban en paz, pero otras mostraban claramente que habían muerto de maneras espantosas, algunas tenían una expresión de terror, angustia y algunas hasta parecía que gritaban a todo pulmón.

En otra sala, habían decorado de manera que se pudiera ver un embalsamamiento en vivo, algunos carteles negros con letras blancas enunciaban lo que estaba pasando, en la siguiente sala los muñecos humanoides extraían los órganos de un cadáver, Andrés imagino que los muñecos cobraban vida, pudo ver como retorcían unas largas varas de metal en la nariz del cadáver y veía como una masa sanguinolenta y grisácea era extraída de los orificios nasales del cadáver, un muñeco volteó a verlo y le sonrió al mismo tiempo que le mostraba la masa sanguinolenta, tras una sacudida de cabeza, Andrés regresó al mundo real y vio los muñecos inmóviles una vez más.

La exposición terminó y salieron del museo con una amplia sonrisa, totalmente satisfechos de ver todos esos cadáveres, cuando bajaban las gradas de la entrada del museo Andrés recibió una llamada, se sacó el móvil de su bolsillo y luego vio el número del que provenía la llamada, era un número desconocido, Sara pudo observar como Andrés simplemente miraba su teléfono sonar.

-¿Qué pasa?

-No sé de quién es este número- dijo Andrés con el seño fruncido.

-responde y así ves quién es- dijo Sara, Andrés dudo por un momento y luego respondió.

-¿Hola?- en un principio se escuchó solamente estática, pero luego se pudo escuchar una voz lejana.

-¿Hola?- dijo Andrés una vez más y la estática se fue difuminando poco a poco hasta que la voz al otro lado se escuchó fuerte y clara.

-Hola, Andrés, ¿a qué no adivinas quien te habla?

-Pues, ahora que lo mencionas, no, no sé quién me habla.

-¿Tan rápido te olvidas de tus amigos? Soy Alberto.- Andrés abrió los ojos de par en par como si hubiese recibido una noticia terrible, Sara lo notó y le preguntó susurrando si pasaba algo malo, pero Andrés negó con la cabeza.

-Al…Alberto, después de tantos años, pero, pero ¿cómo me has logrado contactar?

-Bueno, gracias a un amigo que trabaja en esto de las comunicaciones, le he estado mencionando de ti y encontró algunos teléfonos de personas con tu nombre y he estado probando en diferentes número hasta que por fin te encontré.- Andrés se puso a llorar, las lagrimas le corrían por todo el rostro.

-Tenemos que vernos- dijo Andrés entre sollozos.

-¿Qué te pasa “Andy”? no llores, no he querido lastimarte, si quieres nos vemos mañana a primera hora ¿te parece?

-sí, claro, pero, ¿dónde?

-tú solo llega ve a la playa de San Rafael, ahí te estaré esperando, solo espero que pasemos mucho tiempo juntos ahora que he podido encontrarte.

-no tengas la menor duda, nos vemos mañana- Andrés cortó y la estática sonó una vez más.

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás llorando?- preguntaba Sara con preocupación.

-Ven, te cuento en el camino- dijo Andrés ahora con una amplia sonrisa.

Sara quedó totalmente perpleja de lo que acababa de escuchar, un amigo que se pierde por casi veinte años y que de pronto aparece como si nada hubiese ocurrido, como si jamás hubiera desaparecido, eso no se ve todos los días-pensó, sin embargo estaba muy feliz que su amado Andrés se encontrara nuevamente con su mejor amigo.

La noche pasó tan veloz como una ráfaga de viento. Andrés se despertó a las cinco de la mañana, saltó de la cama y se metió a la ducha, ese día sería el mejor día de su vida, Sara se quedó en cama cinco minutos más –justo hoy tenía que ser puntual, pero ni siquiera para nuestra boda fue así- pensó Sara y al darse cuenta de lo que se decía a sí misma, sonrió pícaramente.
En menos de media hora, Andrés estaba listo, totalmente bañado y vestido muy formalmente, pero al llegar a la cama y ver a Sara acostada, se sentó.

-¿Porqué no vienes conmigo?- dijo susurrando Andrés.

-no, Alberto quiere verte a ti, no a mí.

-pero ahora tú eres parte de mí.- Sara sonrió este vez, se sentó en la cama y besó a Andrés en la frente y luego aceptó ir con él, de modo que corrió a alistarse.

Andrés estacionó el coche en un aparcamiento a la orilla de la playa de San Rafael y bajaron de él. Sara llevaba el pelo suelto, lo que hacía que se moviera con la brisa marina, llevaba además un vestido playero que bailaba con el viento y unas gafas oscuras muy grandes para mayor protección, aunque ese día, la playa estaba nublada, caminaron por la arena y a unos metros, en una banca semi-enterrada por la arena estaba Alberto sentado con una amplia sonrisa, Andrés corrió hasta él para abrazarlo y llorar como un pequeño niño, Alberto le devolvió el abrazo y acaricio su cabello.

-Nos volvemos a ver- dijo Alberto sonriente, Andrés no pudo decir nada porque no podía parar de sollozar.

-Me has hecho mucha falta ¿porqué desapareciste así?- dijo Andrés una vez contuvo sus lagrimas.

-eso ahora no importa, te lo contaré luego, por ahora quiero que vengan conmigo, mi esposa ha preparado un delicioso banquete para que pasemos un día ameno que, por cierto, recién comienza, son a penas las siete de la mañana, vengan conmigo.
Andrés y Sara se dirigieron miradas de complicidad y luego siguieron a Alberto, Andrés aun lloraba. Caminaron por un largo tramo de la playa hasta llegar a un pequeño muelle de madera que poseía una única lancha pequeña, ahora una neblina densa impedía ver más allá de la orilla.

-Esta es la única manera de llegar a nuestra casa- dijo Alberto muy emocionado. –suban con cuidado, no sea que se mojen.

Los tres subieron y la lancha se tambaleó un poco, Alberto se sentó en un pequeño asiento situado atrás y arrancó el motor, Sara ahogó un pequeño grito, Andrés rio un poco y empezaron su viaje por el mar. La lancha se movía de un lado a otro y rebotaba ante pequeñas olas, sin embargo, no podían ver nada más allá porque la neblina lo obstruía todo, pero luego de unos minutos, que a Sara y Andrés le parecieron horas, lograron ver algo, una enorme sombra en medio de la nada, cubierta por la neblina; a medida que se acercaban más, pudieron ver que la enorme sombra era una mansión en medio de la nada, montada en una roca, tan espléndida, tan grande la mansión.

-¿ésa es tu casa?- dijo Andrés

-si, esa es- respondió Alberto con cierto aire de orgullo, aunque no paraba de sonreír.

-Es hermosa susurró Sara.

Alberto atracó la lancha en la orilla de un pequeño puerto de madera muy parecido al de la playa y bajó, luego les ayudó a Sara y a Andrés a bajar de ella, una vez bajaron todos, Alberto les dijo que lo siguieran a través de un sendero por el que llegarían hasta la mansión; sin embargo, Andrés no se movió, porque no escuchó lo que Alberto había dicho, porque en su cabeza había otra cosa.
Andrés estaba en un lugar oscuro, le pareció una calle mojada, pero no veía nada más que una calle de asfalto negro mojada y una densa oscuridad a su alrededor, vio a la derecha y a la izquierda, pero no había nada, miró hacia atrás y entonces a su espalda brilló algo, pudo ver una luz roja parpadeante, como la de un automóvil, se volteó y vio un destello rojo que se apagaba y se encendía…

-¡Andrés!- dijo Sara en tono suave.

-Perdón, perdón, estaba en otro mundo- dijo Andrés, Alberto estaba parado unos metros adelante, sonriendo; ambos comenzaron a caminar nuevamente, con Alberto como guía, hasta que llegaron a las puertas de la enorme mansión, Alberto abrió y los tres entraron.