sábado, 25 de junio de 2011

LA CASA EN EL MAR 1

Andrés estaba retrasado ya, no quería ver el reloj de su muñeca porque vería que se había retrasado más de lo que pensaba, así que, decidió caminó a un paso rápido; Sara lo esperaría en el museo pues verían una exposición sobre momias, la cual seguramente había abierto sus puertas casi media hora atrás. –Sara me matará- pensó, aunque sabía que una cualidad magnifica de Sara era su terrible paciencia, algo que era muy útil ya que uno de los mayores defectos de él era su impuntualidad.

Luego de sudar y caminar a pasos agigantados, llegó al museo; Sara estaba en el vestíbulo con una amplia sonrisa de oreja a oreja, su piel pálida estaba reluciente y su cabello dorado destellaba, justo como le gustaba a Andrés, a decir verdad, se había enamorado de ella a primera vista y había sido su sonrisa lo que lo había cautivado; ahora ella estaba esperándolo ansiosamente. Cuando se acercó a Sara, ella lo abrazó y le dio un beso en la mejía, él le sonrió ampliamente y mientras la abrazaba la vio fijamente a los ojos. Cuando por fin se separaron, entraron al museo y caminaron a paso acelerado hasta la sala donde la exposición de momias comenzaría, entraron a la sala y la charla introductoria sobre momias había comenzado. –incluso está a punto de terminar- pensó Andrés.

Tomaron asiento y prestaron atención a la mujer que hablaba del modo de embalsamamiento en diferentes culturas antiguas del mundo.

-En el antiguo Egipto, primero extraían los órganos…

Andrés estaba en una playa, podía escuchar las olas ir y venir, una playa neblineada y totalmente desierta. A medida que caminaba podía sentir la sal pegarse en su piel, también algunas gotas de humedad golpear su rostro y una brisa fría que susurraba algo.

-¡Andrés!- dijo en voz fuerte Sara.

Andrés sacudió la cabeza, despertó de su sueño y luego hizo una mueca de incomprensión a Sara.

-Te preguntaba que si sabes a qué hora acaba esta charla.

-no tengo ni idea- respondió Andrés en un susurro alto.

-… Sin embargo, en Guanajuato, México, la momificación significaba…-la mujer no paraba de hablar.

Por fin, luego de media hora de parloteos, nada que Andrés y Sara no conocieran, y los treinta asistentes fueron divididos en grupos de diez, de esa manera comenzaron el tan esperado recorrido, entraron a un área del museo decorado como si de catacumbas se tratara y ahí, dentro de vitrinas de cristal, estaban las momias, algunas descansaban en paz, pero otras mostraban claramente que habían muerto de maneras espantosas, algunas tenían una expresión de terror, angustia y algunas hasta parecía que gritaban a todo pulmón.

En otra sala, habían decorado de manera que se pudiera ver un embalsamamiento en vivo, algunos carteles negros con letras blancas enunciaban lo que estaba pasando, en la siguiente sala los muñecos humanoides extraían los órganos de un cadáver, Andrés imagino que los muñecos cobraban vida, pudo ver como retorcían unas largas varas de metal en la nariz del cadáver y veía como una masa sanguinolenta y grisácea era extraída de los orificios nasales del cadáver, un muñeco volteó a verlo y le sonrió al mismo tiempo que le mostraba la masa sanguinolenta, tras una sacudida de cabeza, Andrés regresó al mundo real y vio los muñecos inmóviles una vez más.

La exposición terminó y salieron del museo con una amplia sonrisa, totalmente satisfechos de ver todos esos cadáveres, cuando bajaban las gradas de la entrada del museo Andrés recibió una llamada, se sacó el móvil de su bolsillo y luego vio el número del que provenía la llamada, era un número desconocido, Sara pudo observar como Andrés simplemente miraba su teléfono sonar.

-¿Qué pasa?

-No sé de quién es este número- dijo Andrés con el seño fruncido.

-responde y así ves quién es- dijo Sara, Andrés dudo por un momento y luego respondió.

-¿Hola?- en un principio se escuchó solamente estática, pero luego se pudo escuchar una voz lejana.

-¿Hola?- dijo Andrés una vez más y la estática se fue difuminando poco a poco hasta que la voz al otro lado se escuchó fuerte y clara.

-Hola, Andrés, ¿a qué no adivinas quien te habla?

-Pues, ahora que lo mencionas, no, no sé quién me habla.

-¿Tan rápido te olvidas de tus amigos? Soy Alberto.- Andrés abrió los ojos de par en par como si hubiese recibido una noticia terrible, Sara lo notó y le preguntó susurrando si pasaba algo malo, pero Andrés negó con la cabeza.

-Al…Alberto, después de tantos años, pero, pero ¿cómo me has logrado contactar?

-Bueno, gracias a un amigo que trabaja en esto de las comunicaciones, le he estado mencionando de ti y encontró algunos teléfonos de personas con tu nombre y he estado probando en diferentes número hasta que por fin te encontré.- Andrés se puso a llorar, las lagrimas le corrían por todo el rostro.

-Tenemos que vernos- dijo Andrés entre sollozos.

-¿Qué te pasa “Andy”? no llores, no he querido lastimarte, si quieres nos vemos mañana a primera hora ¿te parece?

-sí, claro, pero, ¿dónde?

-tú solo llega ve a la playa de San Rafael, ahí te estaré esperando, solo espero que pasemos mucho tiempo juntos ahora que he podido encontrarte.

-no tengas la menor duda, nos vemos mañana- Andrés cortó y la estática sonó una vez más.

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás llorando?- preguntaba Sara con preocupación.

-Ven, te cuento en el camino- dijo Andrés ahora con una amplia sonrisa.

Sara quedó totalmente perpleja de lo que acababa de escuchar, un amigo que se pierde por casi veinte años y que de pronto aparece como si nada hubiese ocurrido, como si jamás hubiera desaparecido, eso no se ve todos los días-pensó, sin embargo estaba muy feliz que su amado Andrés se encontrara nuevamente con su mejor amigo.

La noche pasó tan veloz como una ráfaga de viento. Andrés se despertó a las cinco de la mañana, saltó de la cama y se metió a la ducha, ese día sería el mejor día de su vida, Sara se quedó en cama cinco minutos más –justo hoy tenía que ser puntual, pero ni siquiera para nuestra boda fue así- pensó Sara y al darse cuenta de lo que se decía a sí misma, sonrió pícaramente.
En menos de media hora, Andrés estaba listo, totalmente bañado y vestido muy formalmente, pero al llegar a la cama y ver a Sara acostada, se sentó.

-¿Porqué no vienes conmigo?- dijo susurrando Andrés.

-no, Alberto quiere verte a ti, no a mí.

-pero ahora tú eres parte de mí.- Sara sonrió este vez, se sentó en la cama y besó a Andrés en la frente y luego aceptó ir con él, de modo que corrió a alistarse.

Andrés estacionó el coche en un aparcamiento a la orilla de la playa de San Rafael y bajaron de él. Sara llevaba el pelo suelto, lo que hacía que se moviera con la brisa marina, llevaba además un vestido playero que bailaba con el viento y unas gafas oscuras muy grandes para mayor protección, aunque ese día, la playa estaba nublada, caminaron por la arena y a unos metros, en una banca semi-enterrada por la arena estaba Alberto sentado con una amplia sonrisa, Andrés corrió hasta él para abrazarlo y llorar como un pequeño niño, Alberto le devolvió el abrazo y acaricio su cabello.

-Nos volvemos a ver- dijo Alberto sonriente, Andrés no pudo decir nada porque no podía parar de sollozar.

-Me has hecho mucha falta ¿porqué desapareciste así?- dijo Andrés una vez contuvo sus lagrimas.

-eso ahora no importa, te lo contaré luego, por ahora quiero que vengan conmigo, mi esposa ha preparado un delicioso banquete para que pasemos un día ameno que, por cierto, recién comienza, son a penas las siete de la mañana, vengan conmigo.
Andrés y Sara se dirigieron miradas de complicidad y luego siguieron a Alberto, Andrés aun lloraba. Caminaron por un largo tramo de la playa hasta llegar a un pequeño muelle de madera que poseía una única lancha pequeña, ahora una neblina densa impedía ver más allá de la orilla.

-Esta es la única manera de llegar a nuestra casa- dijo Alberto muy emocionado. –suban con cuidado, no sea que se mojen.

Los tres subieron y la lancha se tambaleó un poco, Alberto se sentó en un pequeño asiento situado atrás y arrancó el motor, Sara ahogó un pequeño grito, Andrés rio un poco y empezaron su viaje por el mar. La lancha se movía de un lado a otro y rebotaba ante pequeñas olas, sin embargo, no podían ver nada más allá porque la neblina lo obstruía todo, pero luego de unos minutos, que a Sara y Andrés le parecieron horas, lograron ver algo, una enorme sombra en medio de la nada, cubierta por la neblina; a medida que se acercaban más, pudieron ver que la enorme sombra era una mansión en medio de la nada, montada en una roca, tan espléndida, tan grande la mansión.

-¿ésa es tu casa?- dijo Andrés

-si, esa es- respondió Alberto con cierto aire de orgullo, aunque no paraba de sonreír.

-Es hermosa susurró Sara.

Alberto atracó la lancha en la orilla de un pequeño puerto de madera muy parecido al de la playa y bajó, luego les ayudó a Sara y a Andrés a bajar de ella, una vez bajaron todos, Alberto les dijo que lo siguieran a través de un sendero por el que llegarían hasta la mansión; sin embargo, Andrés no se movió, porque no escuchó lo que Alberto había dicho, porque en su cabeza había otra cosa.
Andrés estaba en un lugar oscuro, le pareció una calle mojada, pero no veía nada más que una calle de asfalto negro mojada y una densa oscuridad a su alrededor, vio a la derecha y a la izquierda, pero no había nada, miró hacia atrás y entonces a su espalda brilló algo, pudo ver una luz roja parpadeante, como la de un automóvil, se volteó y vio un destello rojo que se apagaba y se encendía…

-¡Andrés!- dijo Sara en tono suave.

-Perdón, perdón, estaba en otro mundo- dijo Andrés, Alberto estaba parado unos metros adelante, sonriendo; ambos comenzaron a caminar nuevamente, con Alberto como guía, hasta que llegaron a las puertas de la enorme mansión, Alberto abrió y los tres entraron.

No hay comentarios:

Publicar un comentario